Mi mente ya estaba en las nubes cuando él me hizo esa pregunta de repente, dejándome totalmente desconcertada.
Como no respondí enseguida, él me pellizcó la cintura y repitió su pregunta:
—¿Sabes por qué estoy molesto?
Ese pellizco sí me dolió un poco.
Lo miré con los ojos aguados. No sabía si por el dolor o por el vapor del agua.
Abrí la boca y, después de unos segundos, logré decir algo:
—Tú… tú eres muy desconfiado. Otra vez estás sospechando que… que me gusta Javier, ¿verdad?
Jadeaba al hablar, como si hasta eso me costara.
Mateo sonrió, y me habló con un tono serio:
—¿Sospechando? ¿Crees que es solo una sospecha?
Lo miré con los ojos llenos de agua.
En el espejo, mis mejillas se veían rojas, como si mi cuerpo entero se hubiera cocido.
De pronto, Mateo me empujó contra la pared.
El frío de los azulejos me recorrió la espalda y me hizo temblar de inmediato. Eso me hizo espabilar un poco.
Lo miré, a punto de llorar por la impotencia.
Había prometido confiar en mí, ¿y ahora hacía esto