No tenía ganas de seguir discutiendo con ellas, así que solo me di la vuelta y salí del ascensor.
Camila me habló desde atrás, pero no le presté atención.
Sayuri, por su parte, gritó que no tenía educación.
Pensando que era la mamá de Mateo, apreté los dientes y me aguanté.
Al llegar a la habitación, Mateo estaba leyendo.
Apenas me vio entrar, sus ojos se iluminaron y me sonrió.
—Llegaste.
—Ajá.
Respondí desganada, dejando la comida sobre la mesita de noche.
—Come mientras sigue caliente.
Luego me senté en la silla a un lado.
Mateo me observó detenidamente.
—¿Qué pasó? ¿Quién te molestó?
No dije ni una palabra.
En ese momento, Camila entró empujando la silla de ruedas de Sayuri.
Mateo las miró un segundo, luego volvió a mirarme a mí, como si ya hubiera entendido todo.
Enojado, les preguntó:
—¿Otra vez estuvieron molestándola?
Sayuri se enfureció al escucharlo:
—¿Cómo que la estamos molestando? ¡De verdad que ahora todo lo haces por defenderla! ¿Ya se te olvidó cómo te trató antes?
—Exa