—Entonces si en serio quieres divorciarte... hagámoslo —dijo de la nada Mateo, bajando la mirada y sonriendo un poco.
No dije nada.
¿Qué le pasaba? ¿Acaso desmayarse le había abierto los ojos?
Le respondí con calma:
—La verdad es que hace un momento descubrí muchas cosas. Hay muchas palabras que quiero decirte. Así que, Mateo, ¿podrías tomarte la medicina primero, por favor?
—Ya te dije que no necesito que me cuides. ¡Vete! —respondió con un tono más fuerte, mientras su pecho agitado subía y bajaba.
Su cara mostraba una amarga ironía.
—¿Es que ahora que me desmayé y me enfermé, empezaste a sentir lástima por mí?
No supe cómo responder.
Este hombre... es tan sensible y tan frágil.
—No necesito tu compasión. ¡Vete! —insistió, señalando la puerta de la habitación, con una indiferencia que me dolía.
Otro día, seguro habría dado media vuelta y me habría ido.
¿Quién aguanta a alguien con esas emociones tan volátiles?
Pero esta vez era distinta. Después de leer los mensajes de Camila, enten