Sentí cómo mi corazón se rompía en mil pedazos. No pude evitar gritar, temblando de pies a cabeza.
La espalda de Mateo se dobló un poco, y enseguida la sangre empezó a chorrear por su camisa, cayendo hasta el suelo.
El rojo era tan intenso que me dolía solo de verlo.
Grité como loca, con un nudo en la garganta por la desesperación, mirando a Michael:
—¡Maldito loco! ¿Qué diablos haces? ¡Maldito, ojalá te pudras en el infierno! ¡Aaaaah!
Cuando volví a mirar a Mateo, el dolor me apretó tanto el pecho que apenas podía respirar.
Llorando, le grité con todas mis fuerzas:
—¡No tenías que venir! ¡Viniste a morir como un tonto! ¡Mateo, eres un tonto!
Él bajó un poco la cabeza. No dijo nada. Solo me regaló una sonrisa débil, con las pocas fuerzas que le quedaban.
Michael se rio un poco y volvió a hacer un gesto con la mano.
Al instante, los guardaespaldas sacaron los cuchillos. La sangre saltó en todas direcciones.
Grité “¡No!” lo más fuerte que pude, pero fue inútil.
Solo escuché a Mateo hacer