Con una sonrisa enferma y una mirada de completa locura, Michael le dijo a Mateo:
—Todos dicen que eres muy listo, pero mírate... ¿te das cuenta de lo tonto que eres en realidad? ¿De verdad creíste que iba a soltarla? ¡Jajajajaja!
Yo miraba fijo a Mateo.
Él no podía no haberlo previsto. Sabía perfectamente que era una trampa, que Michael jamás me dejaría ir así de fácil. ¿Entonces por qué vino solo?
Esa impulsividad no parecía propia de él.
Mateo se veía tranquilo, y dijo con una voz muy serena:
—¿Qué es lo que quieres?
—¿Que qué quiero? ¡Jajajaja...! —Michael volvió a reír como un demente, los ojos brillándole de emoción.
—Increíble, de verdad... el orgulloso Mateo, ¡por fin caes en mis manos! Hoy haré contigo lo que me dé la gana. ¡Jajajaja!
Nuestras miradas se cruzaron. La suya, llena de tensión. Mi corazón, a mil por hora.
De pronto, Michael presionó con fuerza el cuchillo contra mi cuello.
Sentí una punzada aguda, y que empezaba a sangrar.
Mateo dio un paso adelante, su expresión