Por instinto, abrí los ojos… y me encontré con la mirada penetrante de Mateo.
Mi corazón, que antes parecía no sentir nada, se agitó un poco.
Nos quedamos mirando unos segundos, sin decir nada.
Él se inclinó sobre mí, sin avisar, y me besó.
A estas alturas, tratar de resistirme era inútil y hasta tonto.
Apreté las sábanas de la cama, quieta, dejando que sus besos recorrieran todo mi cuerpo.
Mateo, con esa cara tan definida, siempre se veía elegante y tranquilo cuando estaba vestido.
Pero al quitarse la ropa… cambiaba por completo.
En la cama, se volvía cruel. Le gustaba hacerme daño, me obligaba a decir cosas que parecían salir de la boca de otra mujer.
Era como si mi sufrimiento, mis súplicas, le dieran algún tipo de placer.
Ahora era igual: su cara podía parecer tranquila, pero él era salvaje, y era difícil aguantar.
Quise insultarlo, pero me detuve.
Ya lo entendía.
Cada palabra, cada insulto, cada intento de rechazarlo… solo lo hacía peor.
Mis lágrimas, mi dolor, mis súplicas… no ca