—Mañana mando a alguien por ti. Vamos al hospital —dijo Mateo.
—¿Al hospital…? ¿Para qué? —pregunté, nerviosa.
Mateo me miró tranquilo, su tono era pausado:
—Para hacerte un chequeo.
Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo al instante.
Me negué, desesperada.
Mateo no le dio importancia a mi reacción. Me miró fijo y me remarcó:
—En Zuheral ya te lo había advertido. Al volver, te llevaría al hospital para un chequeo.
—No, no quiero…
Fue demasiado repentino. Yo pensaba que estos días, con su desprecio, se había olvidado de eso.
Jamás imaginé que lo tenía en mente todo el tiempo.
¿Y ahora qué hago?
No estaba lista. No tenía ni un plan.
Si mañana me llevaba al hospital, se enteraría de mi embarazo al instante.
Y entonces, lo que me esperaba sería un encierro horrible… y separarme de mi hijo.
Solo de pensarlo me temblaban las piernas.
Miré a Mateo, y el llanto me llenó los ojos.
Le rogué:
—No quiero hacerme ningún chequeo. Me da miedo… me duele…
Mateo me miró, sin mostrar ninguna emoción. S