Capítulo 401
De la nada, escuché su voz grave y seria detrás mío.

Sentí cómo todo mi cuerpo se ponía tenso. Me apuré a limpiar mis lágrimas y pregunté con indiferencia:

—¿Necesita algo más, señor Bernard?

Por un rato, el hombre atrás de mí no contestó nada. Con la voz igual de seca, agregué:

—Si ya no tiene nada más, tengo cosas que hacer.

Dicho eso, di un paso y seguí rumbo a la puerta.

Pero entonces, su voz dura volvió a dejarse oír:

—Si la culpa fue tuya, no busques excusas. ¡Un error es un error!

¿Mi culpa?

¿Para él, yo solo estaba inventando pretextos y lavándome las manos?

Sentí una ola de rabia y de impotencia que me apretó el pecho.

Apreté fuerte el informe, me di la vuelta y, con la voz baja y quebrada, le grité:

—¡Está clarísimo que esa mujer me tendió una trampa! Las pruebas las tiene frente a usted. Solo que no quiere aceptarlo. Prefiere protegerla.

Pero aunque me enojara, aunque sintiera esa rabia y esa injusticia, aunque todo eso me pesara…

Él seguía ahí, recostado en su silla, viéndo
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