Apenas llegué a la puerta del baño, choqué de frente con Mateo, que salía con una palangana de agua en las manos.
La palangana cayó al suelo y yo también terminé en el piso.
El agua tibia me mojó de pies a cabeza.
Mateo, furioso, me levantó de golpe y me gritó:
—¿Por qué no te quedas acostada? ¿Para qué te levantas?
—No quiero un doctor... —me aferré a su brazo, rogándole, desesperada.
—Estoy bien, solo quiero dormir un rato... No quiero un doctor, no quiero que me vea un doctor...
Mateo me cargó en silencio de vuelta a la cama.
Me tapó otra vez con las sábanas.
Al ver que se iba, me apuré a agarrarle el brazo.
Me aferré fuerte a él y, con la voz ronca, me largué a llorar:
—De verdad no quiero que venga un doctor, no quiero que llames a nadie... Estoy bien...
—¡¿Ya acabaste con el drama?!
Mateo, enojado, me empujó fuerte contra la cama.
Me gritó:
—¿Sabes lo caliente que estás? Esos pies... si no hacemos algo, los vas a perder.
—No quiero un doctor... —lloraba mientras negaba con la cab