Una sensación de ironía me invadió de golpe.
Qué raro: Mateo no estaba en la habitación de su novia. Era un milagro.
Cerré los ojos, molesta, tratando de reunir fuerzas para caminar hacia el dormitorio.
Solo quería meterme en la ducha, darme un buen baño caliente y dormir.
Todo lo de esta noche no era más que una pesadilla. Dormiría, y todo pasaría.
Sí, solo tenía que dormir. Todo se iría.
Aunque mi cuerpo temblaba de frío, por dentro ardía como si me quemara viva.
Me sentía fatal, no solo físicamente.
Mis párpados pesaban toneladas.
Mordiéndome los labios, avancé paso a paso con dificultad.
—¡Detente! —la voz molesta de Mateo sonó detrás de mí cuando llegué a la puerta del dormitorio.
Me quedé quieta, sin darme la vuelta.
Sentí que se acercaba. Su voz, aunque contenida, llevaba enfado.
—¿Dónde demonios te metiste hasta ahora? ¿Y las medicinas que te pedí?
Sonreí con amargura. El sabor del desprecio me llenó la boca.
Por supuesto, eso pensaba de mí. Que había salido a "divertirme".
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