—¿Por qué no quieres preguntarlo?
Su mano seguía moviéndose sin parar, y la fuerza que usaba me ponía todos los nervios de punta.
Sentía cómo se me calentaban las mejillas.
Su pecho ya no estaba frío, ahora parecía quemarse.
Estando así, tan cerca de él, me sentía tensa por dentro, las piernas me temblaban y apenas podía mantenerme de pie.
Apreté el cuello de su camisa con fuerza, mientras todo mi cuerpo se sostenía solo por su brazo en mi cintura.
Fue difícil, pero logré abrir la boca:
—No... no hay un porqué. De verdad que... tengo sueño y ya.
Él no apartaba la mirada:
—Hablemos y luego duermes. Anda, dime, ¿qué era lo que querías preguntarme antes?
Otra vez usó esa voz grave y suave, que parecía tocarme el corazón.
Al verlo a los ojos, mi pecho temblaba.
Mi cuerpo no podía resistir su forma de tocarme.
Casi rogando, dije:
—Por favor, ya no... No quiero seguir hablando de eso. Está tarde. Solo quiero dormir.
—Dímelo. ¿Qué querías preguntarme?
Si me lo dices, te dejo descansar esta n