Cuando Lucy vio a Mateo, escondió la mano de una vez, como si ya no quisiera saludarme.
Me acerqué rápido a ella.
Lucy es una mujer corpulenta y en un segundo se abrió paso entre la gente, agarró dos bandejas y me llevó a la fila junto a la ventana.
Ella volteó a ver a Mateo y me dijo en voz baja:
—¿El señor Bernard de verdad vino a comer aquí, en la cafetería de empleados?
—Quién sabe, tal vez ya se cansó de la comida de afuera.
Lucy se pasó la mano por la cara, preocupada, y dijo:
—Lo que hablamos antes… seguro que el señor Bernard lo escuchó todo, ¿qué hacemos? ¿Nos va a echar?
—No, si quisiera ya lo habría hecho.
—Ah... —Lucy suspiró y asintió—. Menos mal, me dio mucho miedo.
Luego miró a Mateo con envidia y me dijo:
—La verdad, qué envidia esa Camila, mira nomás, ella solo se sienta ahí, haciéndose la bonita, y la atienden, ¡qué diferencia! Nosotras siempre estamos todas apretadas haciendo fila para la comida y, para colmo, solo tenemos tres opciones para escoger.
Seguí su mirada