Esa frase era para Michael.
Pero no pude evitar que su tono dejara claro que disfrutaba de la situación.
¡Ay!
Los hombres… siempre quieren competir por todo.
Cuando terminé de arrastrar la mesa hasta la esquina, estaba bañada en sudor, a punto de caerme del cansancio.
Me dejé caer en la silla, sin fuerzas, y en eso vi a Mateo y a los demás entrar a la sala de juntas.
Camila venía atrás de ellos, cargando unos papeles, con la cabeza en alto y una actitud que gritaba "soy la mejor".
Antes de entrar, hasta me lanzó una sonrisa de esas que dicen "gané".
Hice un gesto de fastidio. ¿De qué se sentía tan importante?
No había terminado de descansar ni cinco minutos cuando ya me estaban pidiendo de todo: que les llevara té, que imprimiera documentos, ¡hasta que les limpiara la mugre debajo del escritorio!
Por suerte, ya había hecho ese tipo de trabajos cuando estuve en la empresa de Michael, así que no era nada nuevo, aunque sí bien agotador.
Y como era mi primer día en la compañía de Mateo, to