Levanté mi maleta con torpeza y lo miré.
Y aun así, cuando Mateo pasó a mi lado, ni siquiera me miró. Como si no fuera él mismo el que ayer me había obligado desesperadamente a venir a su empresa.
Pero yo sabía que no me dejaría en paz.
Solo yo sabía lo demente que podía ser ese hombre detrás de esa fachada indiferente.
Al final, Mateo entró al ascensor, rodeado de su asistente y varios guardaespaldas.
Cuando las puertas se cerraron, el lugar volvió a llenarse de bulla.
Las burlas y los murmullos sobre mí también regresaron.
La recepcionista cambió su actitud por completo, y volvió a ser agresiva, intentando echarme.
No le hice caso y tiré de mi maleta hacia los ascensores.
Ella me alcanzó y me agarró del brazo:
—Eh, tú, mujer sinvergüenza, te dije que te largaras. ¿No me escuchaste?
La aparté de un tirón y respondí, molesta:
—Tú no eres más que una recepcionista. ¿En realidad crees que esta empresa te pertenece o qué? No abuses del poder de otros.
—¡Esta mal...! —Se puso roja de ira.