Di unos pasos tambaleantes y me apoyé en la pared, desesperada.
Pensé que era por un bajón de azúcar.
Pero después de un buen rato, el mareo no se iba. Y además, sentía mi cuerpo cada vez más caliente, como si algo raro estuviera pasando.
Aunque estaba agotada, no me sentía así hace un momento.
Mi cabeza se volvía más pesada, y el calor aumentaba.
Era como si mi sangre hirviera, y un deseo incontrolable empezaba a crecer en mí.
Mis piernas se fueron debilitando y me dejé caer contra la pared, con el corazón hecho pedazos.
Esos síntomas… parecía claro que alguien me había drogado.
¿Cómo pudo ser?
¿Acaso... fue por ese flan?
Miré a la señora, con furia.
La mamá de Ryan ya no estaba mirando el detergente.
Me sonreía, pero esa expresión que antes parecía amable ahora me daba asco.
Se acercó a mí y dijo:
—Ay, Aurora, ¿estás bien? ¿Por qué estás tan roja? ¿Será fiebre?
—¡Qui... quítate!
Le grité con dificultad, pero mi voz salió con un tono seductor que me dio vergüenza.
La mamá de Ryan se b