Apreté fuerte los labios. El dolor en el pecho era tan grande que ni siquiera podía hablar.
Waylon, muy irritado, le gritó al médico:
—¿Por qué estás moviendo la cabeza así? ¡Habla!
El médico suspiró y miró a Alan.
—La puñalada le pegó directo en el corazón a Mateo, y cuando lo trajeron ya había perdido mucha sangre. Perdón… hicimos todo lo que pudimos.
—¡No! —me agarré la cabeza y le grité a Alan, desesperada—. ¡Eso es mentira! ¡Él no se va a morir, no se va a morir!
Hasta ese momento, nunca en mi vida me había sentido así. El dolor, la impotencia y la desesperación me cayeron encima como una ola gigante que me ahogaba; me quería morir. Alan me agarró para intentar tranquilizarme y, después, le gritó a Waylon con mucha rabia:
—¿Ya estás contento? Ya nadie va a competir contigo. ¿Ahora sí estás feliz? ¡Vete a tu maldito país!
Waylon se quedó pensativo, mirando la puerta de urgencias.
—¿En serio… se va a morir tan fácil?
—¿Tú qué crees? Si yo te clavo un cuchillo en el corazón, ¿no te