Alan me dijo, sin disimular su rabia:
—¿Qué te pasa? Te dije que no trajeras a Javier, nunca dije que trajeras a este salado.
Waylon se notó molesto.
—¿Quién es el salado?
Alan no le hizo caso y me preguntó:
—¿Te quiso hacer algo otra vez? Vente para acá —dijo, mientras me jalaba para ponerme detrás de él y miraba a Waylon con desconfianza—. ¿Quién te invitó? Lárgate. No te queremos acá.
Waylon se metió las manos en los bolsillos y se rio, con arrogancia:
—No sabía que este hospital público ahora era propiedad tuya. ¿También puedes decidir quién entra y quién no? Además, si yo quiero estar aquí, ¿quién crees que me va a detener?
—Maldito... —Alan se puso tenso de la rabia; tal vez porque ya había perdido otras veces al enfrentarlo, y porque sabía que Waylon era difícil, prefirió no seguir discutiendo. Solo me dijo, impaciente—: Ven conmigo.
Lo seguí callada hasta la puerta de urgencias; apenas llegamos, vi a Indira sentada en una silla, llorando sin parar. Sentí un rechazo enorme hacia