Carlos volvió a cubrirse la cabeza con las dos manos mientras gritaba, desgarrado por el dolor:
—¡Les ruego que no sigan! ¡No quiero escuchar nada, nada…!
Lo miré con tristeza. Él seguía siendo el mismo de siempre: ese hombre que prefería huir antes que enfrentar la realidad.
Camila lo observó, llena de rencor. Cuando vio que él ya no pensaba escucharla ni defenderla, se rio como desquiciada.
Me extrañé y miré a Mateo. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaba Bruno?
Como si me leyera la mente, Mateo me dijo, con una sonrisa sutil:
—No tengas prisa —murmuró.
Javier, cuando vio esto, lo miró fijamente y apretó con más fuerza mi muñeca. Me dolió tanto que tuve que contener un quejido.
En ese instante, Mateo habló con voz tan seria que casi me dio un escalofrío:
—Te lo voy a repetir solo una vez más: suéltala.
Vi las venas marcándose en el dorso de la mano de Mateo. La muñeca de Javier también empezaba a ponerse roja. Era evidente que Mateo estaba usando su fuerza real.
Javier le sostuvo la mir