Me lamí los labios antes de decirle, muy nerviosa:
—Mateo, espera un momento... voy a contestar.
Él me miró fijamente, sin responder.
Yo aparté la vista; ni siquiera me atrevía a verlo a los ojos.
Mi teléfono seguía sonando; era la segunda llamada de Waylon.
Era como una bomba de tiempo que no querías que se adelantara ni un segundo.
—No te enojes —le dije a Mateo—. Solo voy a contestar una llamada. Regreso enseguida.
Él no habló; solo me seguía mirando, serio.
El timbre insistente parecía mi sentencia.
Ya no perdí más el tiempo y caminé hacia el barandal para contestar. Apenas entró la llamada, escuché la risa de Waylon. Pero no era la risa despreocupada de anoche, sino una siniestra, capaz de erizar la piel.
—Aurora... —dijo, evidentemente enfadado—. Adivina dónde estoy.
Mi corazón se tensó y miré a mi alrededor. ¿Podía estar cerca, espiándonos desde algún lugar?
—No busques. No puedes verme —se burló—. Este telescopio es una maravilla. Puedo ver tu cara de miedo desde aquí, con l