—Mateo... —lo miré y mi voz salió muy débil; no pude evitarlo.
Él me apretó más la cintura, como si quisiera sentirme hasta los huesos.
—¿No deberías estar contenta si te vas a casar con el amor de tu vida? ¿Por qué lloras? —me preguntó, sin parar de mirarme fijamente.
—No estoy llorando —respiré hondo—. ¿Tú no ibas a casarte con esa tal Indira? ¿Para qué me llamaste entonces?
Los ojos oscuros de Mateo brillaron; había algo muy complejo en ellos.
—¿Estás buscando a Bruno, verdad?
Me quedé impactada:
—¿De verdad lo tienes tú?
Mateo me soltó despacio. Luego, alzó la voz hacia unos arbustos:
—Sal.
Sorprendida, miré hacia allá.
Bruno apareció, con un bastón, caminando con dolor en cada paso que daba. Pero lo que de verdad me sorprendió fue su apariencia. En tan pocos días, ya parecía otra persona. Antes, Bruno era elegante y atractivo, casi impecable. Ahora, se veía paliducho, con la mirada vacía; parecía un fantasma.
Y si tenía problemas para moverse, ¿cómo había llegado hasta Mateo?
Co