Cada vez me sentía peor; la cabeza me pesaba. No quería tener ningún contacto con él, pero no pude evitar agarrarme de su brazo para no caerme de nuevo. Con una voz casi desesperada, le pregunté:
—¿Qué tengo que hacer para que me dejes ir?
—¿Dejarte ir? —Javier respondió con tristeza—. Nos casamos pronto, en unos días es la boda. ¿A dónde crees que vas a ir?
Me asusté. Ya le había dejado claro que todo lo que le había dicho sobre que me gustaba y que quería casarme con él era mentira, puro teatro por lo de Waylon. ¿Por qué insistía en seguir con la boda? ¿Acaso tenía alguna otra intención?
Mientras pensaba en esto, Javier dejó escapar un suspiro. Siempre se había mostrado elegante y sereno; incluso cuando se enojaba, hablaba con voz calmada. De pronto, me levantó en brazos. Me sorprendí y empecé a forcejear para bajarme, pero Javier sonrió con melancolía.
—Solo quiero curarte la herida.
Cuando escuché eso, me fui tranquilizando poco a poco. Javier me dejó sobre el sofá y yo me acurruqu