Cuando Carlos me vio, enseguida sonrió.
—Aurora, por fin volviste. Javier te ha estado esperando toda la tarde.
Miré a Javier. La herida del brazo ya no parecía grave. Llevaba un traje impecable; siempre había sido muy atractivo y, así de formal, se veía todavía más elegante y caballeroso.
—¿Ya regresaste? —me dijo con una sonrisa cariñosa—. Ve a arreglarte un poco, te llevaré a cenar.
En ese instante recordé lo que me había dicho antes de regresar a la casa: que quería llevarme al aniversario número cincuenta de bodas de una familia poderosa de Ruitalia.
Javier tomó una caja del auto y me la entregó.
Cuando la abrí, vi un vestido lujoso y reluciente.
—Ve a cambiarte —me dijo, siempre amable—. Lo elegí yo mismo para ti.
Lo miré sin saber cómo reaccionar. No entendía cómo podía cambiar tanto el estado de ánimo de una persona. Anoche, en el hospital, estaba serio y lleno de resentimiento. Hoy había pasado todo el día sin contactarme, y ahora de pronto volvía a ser tan tierno que incluso