—Ja, ¿lo ves? —dijo Henry, molesto—. Esta mujer es experta en leer mentes. Sabe adular, sabe manipular… es más astuta que la serpiente del Edén.
Waylon se rio un par de veces, aunque no al final decidió no decir nada.
Aproveché el momento y continué:
—Señor Dupuis, faltan pocos días para mi boda con Javier. Si pudiera ayudarme, el espectáculo sería perfecto.
—Ja, ja… —se rio Waylon—. Todo lo que has dicho es para convencerme de que mis hombres protejan la vida de Bruno, ¿no? Muy bien. Le voy a avisar a mi gente para que te ayuden mañana.
—¡Gracias, gracias! —dije con entusiasmo—. El señor Dupuis es increíble: brillante, justo, y la persona más amable que he conocido en este mundo.
—Ja… hablar así con la conciencia sucia, ¿no te duele un poco? —me lanzó de pronto, burlón.
Me atraganté.
De verdad, uno debía mantener algo de dignidad; yo no era del tipo que adula a otros. Si lo hacía era solo porque imaginé que alguien tan arrogante como Waylon iba a disfrutar escuchar halagos. Si estaba