Me vestí y salí del cuarto en silencio.
La casa estaba completamente a oscuras, sumida en un silencio ensordecedor.
Temiendo despertar a Carlos y Camila, no encendí las luces; avancé guiándome solo con el resplandor débil de mi teléfono.
Cuando llegué al patio, alcé la vista hacia el segundo piso. Las luces del dormitorio de Camila y Carlos estaban apagadas: ya dormían.
Con pasos ligeros, salí del jardín y caminé unos cinco minutos por el camino lateral hasta llegar al auto.
El día anterior había decidido dejarlo fuera del terreno, para que el encendido del motor o las luces no llamaran la atención.
Me senté al volante y contacté a los dos grupos de guardaespaldas.
El equipo de seis hombres me informó que Bruno había salido de casa.
Les pedí que lo siguieran y que esperaran mi llegada en la orilla del río.
Luego me comuniqué con el equipo de cuatro y les ordené que se apostaran en el mismo lugar, escondidos.
Cuando todo estuvo coordinado, arranqué el auto y conduje directo hacia la rib