Alan se quedó sin palabras un momento.
—Es tu mujer. Si quieres pegarle, hazlo tú. Yo no me meto —terminó diciendo, con torpeza.
—Si no te vas a meter, entonces habla bien —respondió Mateo, muy serio—. No estés desquitándote aquí.
Alan suspiró, molesto:
—No entiendes. Yo es que estoy indignado por ti. Me indigna cómo te dejaron. Tú eres así, siempre conformista, por eso perdiste frente a ese Javier. Si no te hubieras divorciado y la hubieras tenido a tu lado, ¿qué podrían haber hecho ellos?
Mateo se rio con amargura:
—¿Y tú crees que eso tendría sentido para mí?
—¡Da igual si tiene sentido o no! —Alan ya estaba exaltado.
—¡Lo importante es que ellos no consigan lo que quieren! Si tú estás triste, ellos tampoco tienen derecho a ser felices. Si hay dolor, ¡entonces que duela para todos! ¡Así se equilibra todo!
Parecía que cuanto más hablaba, más se irritaba. Se llevó las manos a la cintura y le gritó a Mateo con los ojos rojos:
—Es que eres inútil. Solo sabes tragarte todo, aguantar todo