Lo único que me consolaba era que, por lo visto, los dos estaban convencidos de que, a esa hora, nadie iba a pasar por ahí; por eso no se escondían y se besaban, se abrazaban, sin pudor.
“Bueno, ahora Carlos ya no puede seguir engañándose”
Mientras los veía besarse con tanta pasión, saqué el teléfono y grabé un video de toda la escena. No necesitaba escuchar lo que decían; con esas imágenes era más que suficiente. Cuando terminé, regresé al auto y conduje de vuelta. A mitad del camino, llamé a mi padre.
Todavía sonaba dormido cuando contestó:
—¿Qué pasa, hija?
—¿Dónde estás? —pregunté, directa.
Como ya le había dicho a Javier que iba a recoger a mi padre, tenía que llevarlo de regreso para sostener la mentira. Mi padre se quedó callado un par de segundos antes de preguntar, confundido:
—¿Por qué de repente quieres saber dónde estoy? ¿Pasó algo?
—No, nada. Solo quiero comer contigo. Dime dónde estás y voy a buscarte.
Volvió a quedarse callado, sorprendido.
—¿Qué te pasa, hija? ¿Por qué