Cerré los ojos despacio.
Los recuerdos de antes de desmayarme volvieron uno tras otro, como olas golpeando mi cabeza.
Todo se aclaró de repente.
Sí. Yo misma había provocado esa caída; todo era parte del plan.
—Aurora, no me asustes. Dime, ¿dónde más te duele? —la voz de Mateo sonaba nerviosa, llena de pánico.
Escucharlo así me rompía el corazón.
Sujeté fuerte la sábana con una mano; con la otra, solté sus dedos.
Cuando abrí los ojos, la sorpresa se le notó en la cara.
—Aurora… —susurró.
Seria, aparté la mirada y pregunté en voz alta:
—¿Dónde está Javier?
Mateo se quedó paralizado junto a la cama.
Sus manos, que hacía un momento me sostenían, permanecieron tensas en el aire.
Su mirada estaba fija en mí, confundida y preocupada.
Javier se acercó enseguida.
—Aurora, ¿qué ocurre? —preguntó preocupado.
Tomé su mano con desesperación y lo miré con intensidad.
—Javier, tú eres ese muchacho que jugaba conmigo cuando éramos niños, ¿verdad?
Javier quedó intrigado, sin entender.
Mateo se puso p