Aunque Waylon era violento, al menos cumplía su palabra.
Dijo que iba a recompensar a la camarera y lo hizo.
Mientras pensaba en eso, de repente me soltó el cuello.
Con un gesto de aparente cortesía, alisó la arruga que dejó en mi blusa y sonrió:
—Perdón, Aurora, me dejé llevar por la emoción.
Aparté su mano de un manotazo y respondí, con sarcasmo:
—No hace falta que se disculpe, señor Dupuis. Después de todo, usted ya ha usado a mi amiga para amenazarme y hasta soltó sus perros para asustar a mis hijos. ¿Cómo me atrevería yo a decir que usted tiene alguna mala intención?
Waylon se rio y dijo en voz alta:
—Que entren.
Luego volteó y volvió al salón reservado.
Camila enseguida fue tras él, pero antes de entrar me lanzó una mirada llena de odio.
Quedé intrigada.
¿Qué le pasaba ahora?
Si la habían humillado era por lo que Waylon le había dicho, no por mí.
Nuestros teléfonos quedaron en un estante junto a la puerta.
Waylon no permitió que mis guardaespaldas entraran.
Después de discutir un