El teléfono sonó y era la voz de mi papá.Hablaba con ese tono cuidadoso, como tratando de tranquilizarme.Me preguntó:—Aurorita, ¿qué estás haciendo? ¿Estás con Mateo otra vez?No sé por qué, pero al escucharle ese tono tan fingido y justo mencionar a Mateo, algo dentro de mí se encogió.Pregunté con seriedad:—¿Para qué me llamas?—Es que, Aurorita, estuve metido en un proyecto con alguien, pero salió mal y perdí... —dijo, con la voz cargada de preocupación.Respondí, molesta:—¿Y ahora quieres que te preste dinero?—Ay, Aurorita, ¿qué forma de hablar es esa? ¿Por qué siempre me tratas así? Solo perdí unos millones, es plata que me prestaron, y ahora tengo que devolverla. ¿No podrías pedirle a Mateo...?—¡Ni se te ocurra!No aguanté más. Estallé, gritando con todo lo que tenía guardado:—¿Por qué siempre haces lo mismo? Siempre metido en apuestas o negocios sin sentido. ¿No puedes estar tranquilo si no estás perdiendo plata?—Tienes tantas deudas, ¿de dónde se supone que voy a sacar
La voz de Javier sonaba tranquila:—Me dijeron en recursos humanos que no fuiste a trabajar hoy, ¿cómo te sientes?Ahí recordé que tenía que ir a la oficina, pero con todo lo de la abuela se me olvidó avisar.No entendía por qué Javier, el presidente, me llamaba solo porque falté. Tal vez era porque hoy teníamos esa reunión del proyecto.Me sequé rápido las lágrimas de la cara y traté de sonar lo más normal posible:—Perdóname, Javier, hoy tuve un problema muy grave y creo que no voy a poder ir. Tampoco voy a poder acompañarte a la reunión del proyecto. De verdad lo siento. Sé que te fallé, le fallé a la oportunidad que me diste y a la confianza que pusiste en mí.Aunque intentaba disimular, la voz me salía ronca y entrecortada.Hubo una pausa y luego Javier respondió:—No te preocupes. Si no te sientes bien, quédate en casa unos días. Justo iba a llamarte para avisarte que la reunión del proyecto se pospuso. Después te digo la nueva fecha.—¿Se pospuso? —pregunté sorprendida.—Ajá, el
Me estremecí de golpe y me levanté de un salto.Mi papá iba a ir directamente a pedirle dinero a Mateo, ¡eso no podía pasar!La abuela seguía internada, en cuidados intensivos.Mateo ya me odiaba, y Miguel despreciaba a toda mi familia. ¿Cómo se le ocurría a mi papá molestarlos así?Rápido agarré el teléfono y marqué su número.Llamé una vez, dos, tres... no contestaba.Entonces intenté con mi mamá.Cuando respondió, estaba llorando sin parar.—Aurorita, ¿por qué llamas? ¿Ya te enteraste de lo de tu papá? Esa inversión salió muy mal… está tan nervioso ahora. Le dije algunas cosas y él… —sollozaba.—Mamá, ¿está en casa? —interrumpí, angustiada.Mi mamá, entre llantos, dijo:—Hace rato estaba gritando. Primero dijo que Michael no sirve, luego que tú tampoco, que no te importa nada. Y al final, se fue furioso, no sé a dónde. Ah, y antes de salir, creo que llamó a Mateo, pero no sé si le contestaron.Sentí mi corazón hundirse. Salí corriendo hacia el hospital.Mi mamá seguía llorando, preo
Mateo también me miró.Seguía con esa mirada tan penetrante que parecía atravesarme en dos.Sentí un tirón en el pecho, desvié la vista, apreté los dientes por el dolor en la rodilla y me acerqué como pude, tratando de no mostrar lo mal que estaba.—Aurorita, llegas justo a tiempo, dile a Mateo... —empezó a decir mi papá.—¡Papá, por favor! —le corté con voz firme, agarrándolo del brazo.—Tus asuntos los hablamos después. Ahora ven conmigo.—¡Ay, espera un momento! —dijo él, quitándome de encima, impaciente.—¿Después? ¡Esto es de vida o muerte! Si no piensas ayudar a tu padre, entonces no te metas. No estorbes mientras yo hablo con Mateo de lo que importa.Me empujó a un lado.Miré desesperada a Mateo.Él estaba encorvado, encendiendo un cigarro sin apuro, como si nada le importara.Dio una calada larga y, sin siquiera levantar la mirada, preguntó:—¿Qué pasa? Habla de una vez.—Bueno, Mateo... —mi papá se frotó las manos, nervioso, bajando la cabeza como si ya no quedara nada de lo q
Mi papá, con una sonrisa nerviosa, dijo con prisa:—Mateo, esta vez estoy en un proyecto grandote, solo que al principio tuvimos un poco de mala suerte y perdimos algo de dinerito.Mira, ¿podrías prestarme 30 millones de dólares? Cuando empiece a generar ganancias, te doy una parte.—¡Papá, Dios mío!Lo miré sin poder creerlo.¡Había perdido 7 millones y ahora le pedía 30 a Mateo!¿De verdad pensaba que Mateo era su cajero?¿De dónde sacaba las agallas para pedirle tanto?—¿30 millones...?Mateo sonrió un poco y le preguntó con voz tranquila:—¿Y cuánto me tocaría de ese negocio?Mi papá se quedó callado un momento, seguro porque sabía que esa “ganancia” no existía y no esperaba que Mateo se interesara en eso.Tartamudeó:—Eso... eso todavía no se sabe bien. Cuando acabe el proyecto, se reparte lo que quede. Pero confía en mí, este negocio va a dar frutos, te lo prometo.Mateo bajó la vista y sonrió:—Si ya arrancaste perdiendo, ¿qué esperas ganar al final?Ahí supe que estaba harto. Y
Mateo sonrió un poco y apartó la mano de mi papá, ya no se molestaba en disimular la burla:—Como dijo tu hija, soy solo un extraño para ustedes. Si pueden resolver sus propios problemas, pues háganlo. A mi déjenme quieto.—Eso fue un malentendido. Ella es muy orgullosa, no quiso pedirte ayuda, por eso dijo eso. Pero, aunque tú y ella ya se hayan divorciado, para mí sigues siendo el mejor yerno que ha tenido esta familia. Incluso si mi hija se vuelve a casar, nadie va a ser mejor que tú.Sentí cómo me ardía la cara de la vergüenza y la rabia.Pensé que al menos ya había entendido que Mateo no iba a ceder. Pensé que, por más sinvergüenza que fuera, dejaría de molestar.Pero no. Ahora hasta lo estaba halagando.Me acordé de cuando me casé con Mateo y mi papá lo miraba por encima del hombro.Dijo que si Mateo lograba casarse conmigo, sería un milagro.Hasta mencionó que, de no ser por lo que pasó, ni siquiera le alcanzaba para atarme los zapatos.Y ahora, míralo.Arrastrándose como un per
—¡Papá, cállate!Lo miré, sin poder creer lo que acababa de decir.Soy su hija, su hija querida, la favorita… ¿cómo pudo rebajarse tanto? ¿Cómo se atrevió a dejar mi dignidad por el suelo frente a Mateo? ¿Qué diferencia hay entre eso y venderme?Pero él ni siquiera me escuchó.—¡No hablemos de eso! Ya no están casados, pero él durmió contigo. ¿No debería haber al menos una compensación por eso? No le pido que me regale esa plata, ¡pero al menos que me lo preste!Cuando escuché eso, el cuerpo me tembló de rabia.Las lágrimas no paraban.Mateo me miró sin expresión, luego giró hacia mi papá y se rio.—Ella lo hacía de manera voluntaria, le gustaba. Eso depende de ella.—¿Qué estás diciendo? ¡Maldito...!Mi papá no alcanzó a terminar cuando Miguel apareció corriendo.—¡Mateo, rápido! Tu abuela acaba de salir del quirófano, ven ya.Apenas oyó eso, Mateo apretó la mandíbula y salió corriendo.Mi papá intentó detenerlo, pero yo lo agarré con fuerza.—¿Ya basta? ¿Hasta cuándo vas a seguir hac
—¡Imposible! —le dije a mi papá en voz baja, pero firme—Ni se te ocurra buscarlo. Si te queda algo de orgullo, vamos a resolver esto sin él.Me miró de reojo, molesto, y dijo:—Ya te pones así, no he dicho que lo iba a buscar.—¡Pues es mejor! —le respondí, sin esconder mi enfado, y me giré hacia el hospital, sin notar la mirada rara que me lanzó.Caminé cojeando hasta la entrada, pero no me animé a entrar.Miguel había dicho que la abuela Bernard ya había salido del quirófano, pero no sabía cómo estaba ahora.Después de tanto rato luchando por su vida, solo esperaba que estuviera bien.Metí la mano en el bolsillo y toqué el pedazo roto de mi pulsera. Sentí una punzada en el pecho.Con todo lo que pasó con ella, y después de la vergüenza que hizo pasar mi papá, seguro que Mateo me odia más que nunca.Tal vez ya no quiera ni verme a la cara.La casa donde vivíamos, esa villa, al final la compró Mateo.Después de lo de la abuela, no me sentía cómoda ahí.Aunque él no me haya echado, yo n