En el fondo, todavía quería aprovechar la ocasión para desquitarme de él, aunque fuera una vez.
Pero ¿Mateo me iba a dejar? Claro que no. Con lo orgulloso que es, jamás me permitiría estar arriba.
Y, como suponía, me sonrió, me besó cerca de la oreja y murmuró:
—No te preocupes, estas heridas no afectan en nada.
Después de decirlo, me besó otra vez con fuerza. Ese beso fue más dominante que el anterior.
Desde ahí, todo se dio sin tropiezos. Se notaba que llevaba tiempo conteniéndose. Aunque sus heridas no estaban del todo cerradas, no se contuvo nada, y cada movimiento fue más intenso que el anterior.
Tal como había dicho, de verdad me hizo llorar. Le supliqué hasta quedarme sin voz, y aun así no me soltaba. Al final me cargó y me llevó al cuarto de arriba.
La verdad, en estas cosas, la capacidad de este hombre no se puede poner en duda. Todavía recuerdo cuando lo piqué diciéndole que "no servía", y me tuvo días enteros sin dejarme descansar. La autoestima de un hombre en esto es, de