Alan me miró, lleno de irritación.
Valerie también suspiró.
Al otro lado de la línea, Mateo se quedó callado dos segundos y dijo:
—Tienes que cuidarte.
—¡No necesito que te metas!
Colgué de inmediato y me sentí agobiada.
Si ya va a renunciar a lo nuestro, ¿por qué dice eso como si le importara? Escucharlo me molesta más.
Alan se rio, incrédulo:
—Mira, Mateo está preocupado por ti. Ya verás, en unos días, cuando lo piense, va a regresar a buscarte.
En ese momento, Valerie también intentó animarme:
—Sí, Aurorita, no le des más vueltas ni te pongas triste. Eso depende de él, tiene que pensarlo por su cuenta. Deja que lleve a Embi fuera del país a tratarse. Capaz que, cuando la niña se recupere, él también vea todo claro y se mejore lo de ustedes.
Ya no pido nada.
Solo quiero que la enfermedad de Ember de verdad mejore.
Después de colgar me di cuenta de que tenía muchas llamadas perdidas en el teléfono, todas de anoche.
La mayoría eran de Mateo.
También había algunas de Carlos y de mi papá