El médico dijo:
—Tú también estudiaste medicina; sabes cómo está su salud. Con lo que tiene ahora, casi es imposible que vuelva a concebir. Mejor trata de convencerla: ya tiene dos hijos, no lo fuercen.
Javier se quedó callado unos segundos y luego preguntó:
—¿Y la fecundación in vitro?
—Menos todavía. Su cuerpo no lo aguantaría de ninguna manera, a menos que no les importe arriesgarle la vida —respondió el médico, firme.
Esa última frase cayó sobre mí como un balde de agua muy fría y apagó la última chispa de esperanza que me quedaba.
Si ya no podía quedar embarazada otra vez y tampoco podía recurrir a la fecundación in vitro, ¿qué pasaría con Embi? ¿Qué sería de mi Embi?
Sentía como si Dios me estuviera castigando.
Un castigo por esa mentira que le dije a Mateo en el pasado.
Y ahora esa mentira se convirtió en una verdad que no podía soportar.
¿Por qué el destino nos castigaba así?
Si había que pagar algo, que lo pagara yo; pero ¿por qué quitarle a mi hija la oportunidad de vivir?
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