Este hombre está completamente loco.
Mateo se quitó el abrigo y, con una sonrisa que no me gustó nada, dijo:
—No pasa nada. Este abrigo me estorba.
No dije nada.
Después de eso, me cubrió con el abrigo.
El calor de su cuerpo y el olor leve a tabaco me envolvieron. Era cálido y, para mi sorpresa, me hizo sentir tranquila.
¿Por qué insiste tanto en que me lo ponga?
Lo miré directo, sintiendo algo raro en el pecho.
Pero sus palabras siguientes rompieron ese momento.
—Viniste a trabajar, no a pasear. No vuelvas a rechazar mi ropa. Si te enfermas, me va a tocar cuidarte, y yo no tengo tiempo —dijo con tono duro.
¡Caray!
De este hombre no espero nada bueno.
En otra vida, tal vez aprenda a ser amable.
¡No!
¡Ni loca quiero verlo en otra vida!
Mientras pensaba eso, vi que Mateo levantó la chaqueta de Alan y se la lanzó a un mesero:
—Llévate esto y dónalo.
El mesero, algo confundido, asintió rápido:
—Sí, sí, está bien.
Me apuré a decir:
—¡No, esa chaqueta es de Alan! ¡Tengo que devolvérsela!
—No