Después de días de lo sucedido, el ambiente en la ciudad parecía volver a su ritmo normal, pero dentro de mí algo seguía latiendo con una extraña mezcla de nerviosismo y culpa. Hoy era el día en el que debía grabar la famosa escena con David —esa maldita escena donde los dos amantes se entregaban en cuerpo y alma frente a las cámaras—.
Lo había planeado todo con precisión. Había hablado con el director, explicándole que Samuel jamás aceptaría que otro hombre me tocara, aunque fuera por trabajo. Lo conocía: su calma era apenas una máscara, y detrás de esos ojos oscuros se escondía un hombre peligroso, acostumbrado a que nadie, absolutamente nadie, pusiera las manos sobre lo que le pertenecía.
El director no se atrevió a contradecirme. Tal vez fue mi tono firme, o la manera en que mi nombre pesaba demasiado en la industria. Al final, accedió a usar una doble de cuerpo.
Mientras caminaba hacia el set, recordé lo que pasó con Tamy. Su caída fue tan rápida que nadie la vio venir. La mujer q