Habían pasado dos semanas desde su boda, y aunque aún se estaban acostumbrando a la convivencia, entre Samuel y Alía comenzaba a formarse algo distinto. Algo más suave, más sincero.
Ella seguía inmersa en su carrera: ensayos, grabaciones, lecturas de guion. Cada día era un torbellino. Pero Samuel se había vuelto su refugio. Un refugio silencioso, discreto… y cada vez más indispensable.
Sus fans, por su parte, estaban encantados. Las redes sociales no dejaban de llenarse de fotos y videos de Alía en los rodajes, con esa sonrisa suya que iluminaba hasta los días más grises.
Ella siempre encontraba un momento para compartir con ellos: organizaba pequeñas reuniones en cafés o firmaba autógrafos hasta que el último de ellos se marchaba.
Samuel lo sabía todo. A veces porque ella se lo contaba, otras porque él lo descubría desde un perfil oculto en redes. Nadie lo sabía, pero el gran magnate Samuel Anderson tenía una cuenta secreta solo para mirar a su esposa.
Y es que no había nada que l