Ariane inspiró hondo y observó la fachada del reclusorio con los ojos entrecerrados y sus dedos tamborileando en el volante, mirando a todas partes y comprobando que nadie de la gente de su padre la hubiese seguido hasta ahí o todo se le vendría abajo.
Miró nuevamente su vestimenta y después de comprobar que incluso si alguien conocido llegaba a verla por casualidad sería imposible que la reconociera, apagó el auto y tomó la fuerza necesaria para bajar de este.
Acomodó la peluca castaña, asegurandose que ni un sólo cabello negro saliera bajo esta, pues no le convenía que alguien le fuera con el chisme de sus andanzas a su padre, para luego avanzar hacia el lugar con paso firme, mientras acomodaba su chamarra de cuero y haciendo que el sonido de sus pasos hiciera eco sobre el asfalto.
Sus manos sudaban y temblaban levemente presa de los nervios, pero se negó a detenerse, sabiendo que la única manera de obtener respuestas a todas sus dudas era de aquella forma.
Solamente esperaba poder