Observó su atuendo por enésima vez en el espejo, asegurándose de que cada cosa estaba en su lugar y que apenas pusiera un pie en aquella casa, le dejaría en claro a Ariane que jamás podría ser digna de estar a su lado y que podría irse olvidando de la loca idea de ser su esposa.
Sonrió satisfecho con el resultado y abandonó la habitación, arreglando los puños de su camisa y mirando la hora en su reloj, deseando que aquella noche terminara cuanto antes y que la farsa se acabara antes de que perdiera la paciencia.
- Creí que no bajarías.- Su padre, sentado en el sofá con las piernas cruzadas, lo miró con el entrecejo fruncido.
- Yo también lo creí.- André le respondió con voz neutra, tratando de no sucumbir al fastidio y el coraje que bullian en su interior.
Había hecho hasta lo imposible para no cruzarselo durante todo el día, temiendo perder nuevamente los estribos y que todo terminara estallando en una nueva discusión que poco o nada podría beneficiarle.
- Vámonos.- El mayor se puso