Ariane observó el reflejo que le devolvía el espejo y quiso destrozarlo y no precisamente el objeto.
Sabía que esta vez no era ella quién bailaba a un ritmo ajeno, sino que eran los demás los que estaban condenados a seguir su coreografía, pero eso no quitaba que el sentimiento desagradable de sentirse contra la espada y la pared le estuviera jugando una mala pasada.
- ¿Estás lista hermosa?.- La pelinegra dió un respingo al escuchar aquella voz a su espalda.
Estaba tan perdida en su propio mundo y desesperación que no había notado la llegada de Fleur.
- Casi lista.- Ariane se giró en la silla, quedando de frente con su interlocutora.
- Sabes que si no quieres ir nosotros nos hacemos cargo, ¿Cierto?.- La mujer de cabellos rojos como el fuego al igual que los de su amiga se acercó hasta ella y acarició su rostro con dulzura maternal.
- Lo sé Fleur, pero... Esta vez no hay forma de que sólo agache la cabeza y acepte el destino que los demás quieren para mí.
- Está bien mi niña, pero no o