—Señora Herrera, ahora sí es toda una celebridad. ¿No le da miedo salir así a la calle y que la vuelvan a pescar con las cámaras? —soltó Marta con ese tono sarcástico, mientras cargaba a su perrito.
Ni siquiera sabía saludar como la gente. Era difícil creer que alguien así tuviera la más mínima intención de llevarse bien.
Marta vivía en su burbuja, dándoselas de santa cuando todos sabían de qué pie cojeaba. Era una absoluta loca.
Raina ni se inmutó. Siguió eligiendo con calma lo que había ido a comprar. Marta, por supuesto, se le pegó como una sombra, sin mostrar ni un poquito de vergüenza.
—¿Te llegó el collar? —soltó de la nada, como quien pregunta por el clima.
—¿A ti te llegó? —le devolvió Raina, sin siquiera mirarla.
—Noel se movió, hizo lo suyo, ¿eh? Pero alguien se le adelantó… —Marta negó con la cabeza, fingiendo una lástima que no le salía—. Dicen que amor que llega tarde, ya no vale nada... Parece que el dicho es cierto.
La mano de Raina se quedó congelada sobre un producto.