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Capítulo 5 - Noche de calma

El lunes amaneció con un aire distinto que se repitió durante toda la semana.

En los alrededores la gente hablaba aún del escándalo del viernes, de los gritos en la calle, del patrullero frente al Blue Heaven. Algunos clientes habían jurado no volver, otros aseguraban que fue la noche más entretenida que habían visto en años.

Aria lo escuchaba todo con una mezcla de vergüenza y cansancio. Desde que su suegra había enfermado ella abría el bar cada día, como siempre, y cada día esperaba que las miradas curiosas y los comentarios de pasillo se desvanecieran.

Rowan, en cambio, pareció decidido a enterrar el recuerdo. Esa noche de viernes llegó con flores mirándola con dulzura, con un tono protector que contrastaba con la furia del viernes. Le llevó café a la barra, acarició su hombro cuando ella estaba cerca, la miraba como si nada pudiera dañarla. A ojos de cualquiera, era el novio perfecto.

—Hoy estás hermosa —le dijo esa noche, cuando la vio recogerse el cabello con una trenza rápida antes de que abrieran las puertas.

Aria sonrió, un poco incómoda.

—Lo dices todos los días.

—Porque es verdad —respondió él, y le besó la frente.

Aquellos gestos la reconfortaban, aunque en su interior persistía la sombra de lo ocurrido. Sophia, en cambio, permaneció distante como toda la semana. Trabajaba con la eficiencia de siempre, pero apenas cruzaba palabras con Rowan y con Aria había adquirido un tono más frío, como si la culpara por protegerlo.

La mañana del sábado, aprovechando que tenía libre unas horas, Aria salió con la intención de comprar un vestido para la cita que había organizado su prometido con motivo de su aniversario como novios.

El centro comercial bullía de gente y luces, escaparates brillantes con colores de temporada. Entró en una librería con cafetería para descansar, el aroma a café recién molido la envolvió tranquilizándola.

No esperaba encontrarse allí con Demian quién estaba sentado junto a una mesa, hojeando un libro de t***s azules, el cabello revuelto y una taza a medio beber frente a él. Cuando el joven levantó la mirada y la vio, una sonrisa se dibujó en sus labios, calmada, sin arrogancia.

—Aria —dijo como si pronunciar su nombre fuera suficiente para llenar el silencio.

Ella se quedó quieta, dudando si debía saludarlo o no. El recuerdo de la pelea, de la sangre en su labio, la atravesó como un rayo.

—Hola… —musitó, con voz cautelosa.

Demian cerró el libro y señaló la silla frente a él.

—Siéntate, no muerdo. Al menos no en público.

Ella soltó una pequeña risa nerviosa y se acomodó, mirando alrededor como si alguien pudiera verla.

—No pensé que te encontraría aquí.

—Yo tampoco. Pero suelo venir cuando necesito calma. El bar… no era precisamente un lugar tranquilo la última vez que nos vimos.

Aria bajó la mirada, jugando con la cucharilla de azúcar.

—Realmente lamento lo que sucedió con Rowan, él no suele ser así —dijo intentando justificarse.

—No tienes que disculparte. No fue tu culpa. —Demian se inclinó un poco hacia adelante—. Lo que importa es… ¿Cómo estás tú?

La pregunta la desarmó. Nadie se la había hecho desde aquella noche. Todos comentaban, todos opinaban, pero nadie le había preguntado cómo estaba realmente.

—Estoy… bien —mintió primero, pero después suspiró—. No lo sé. Quizás cansada, supongo. —Se encogió de hombros.

Demian asintió con una comprensión tranquila.

—Entiendo. Fue demasiado. Yo también perdí los estribos, lo reconozco. No quería meterte en medio de nada.

Hubo un silencio cómodo. Ella lo observó: no había rastro de hostilidad en su expresión, solo serenidad.

—¿Y volverás al bar? —se atrevió a preguntar.

Él sonrió de lado.

—Lo dudo, al menos, por un tiempo. No quiero provocar más incendios.

Aria asintió con un extraño nudo en el estómago. La idea de no verlo más allí le producía alivio y, al mismo tiempo, una punzada de vacío.

—Pero podemos encontrarnos en otros lugares —añadió él, con un tono ligero—. Como ahora.

Ella rio, relajándose un poco más. Hablaron de libros, de música, de banalidades que se convirtieron en un respiro. Por primera vez en años, Aria se sintió escuchada sin ser juzgada, ni corregida. Cuando se despidieron, Demian solo le tocó suavemente el brazo.

—Recuerda: si alguna vez necesitas hablar, aquí tienes un amigo.

Esa palabra, amigo, quedó resonando en su mente mucho después de haber salido del mall.

Los días continuaron corriendo sus horas, y finalmente el día del aniversario llegó. Rowan había preparado una sorpresa con un esmero que deslumbraba. Una cena elegante en un restaurante de luces cálidas, donde cada plato parecía diseñado para impresionar. Aria se vistió con el nuevo vestido, un tono azul profundo que resaltaba sus ojos verdes. Él la miró como si la viera por primera vez, antes de separar sus labios para hablar.

—Eres la mujer más hermosa que he conocido en mi vida —dijo Rowan, alzando su copa para brindar.

Aria sonrió, bajando la mirada con timidez.

—Siempre me lo dices.

—Lo sé —dijo cruzando su mano por encima de la mesa para tomar la mano de ella—. Lo hago porque es la verdad —respondió con una seguridad que parecía inquebrantable.

El restaurante estaba envuelto en una luz cálida que hacía brillar los cubiertos y suavizaba cada gesto. Afuera, la ciudad seguía viva, pero allí dentro el tiempo parecía detenido.

Rowan entrelazó su mano con la de ella, acariciando con su pulgar el dorso, el momento parecía estar lleno de calma.

—A veces pienso en lo que viene. En nosotros.

Ella lo miró con curiosidad inclinando su cabeza hacia un lado.

—¿Qué piensas?

—En una casa, un jardín, un perro… y niños corriendo alrededor. —Sus labios se curvaron en una sonrisa tranquila—. ¿¡¿Dos… o tres?!?. No puedo imaginar nada más perfecto que verte como madre.

Aria sintió que el aire se le atascaba en la garganta. La idea era tierna y dolorosa al mismo tiempo. Se removió en su asiento nerviosa, bajando la vista a su copa.

—Niños… —repitió en voz baja—. Yo ya tuve que ser madre, Rowan. Con Martina.

Él frunció el ceño suavemente, como si quisiera borrar la sombra que acababa de cubrir su rostro.

—No fue lo mismo. Lo que hiciste por tu hermana es admirable, pero no debería haber sido tu carga. Tú mereces vivir la experiencia de formar tu propia familia, sin dolor, sin pérdidas. Con alguien que esté a tu lado.

Aria sintió que las lágrimas amenazaban con asomarse.

—A veces siento que no sé cómo sería… tener algo tan mío. Ya perdí a mis padres, y con Martina siempre tuve miedo de fallarle. Una parte de mí sigue temiendo volver a perderlo todo.

Rowan le apretó la mano con firmeza.

—Eso no pasará conmigo. Quiero darte algo estable, inquebrantable. No permitiré que vuelvas a sentirte sola.

La seguridad en su voz la conmovió y la asfixió al mismo tiempo. Aria asintió, sonriendo débilmente, tratando de convencerse de que podía confiar en esas promesas.

Cuando terminaron el postre, Aria creía que la velada estaba llegando a su fin. Pero Rowan, con una sonrisa contenida sacó de su chaqueta una pequeña caja de terciopelo azul y la colocó sobre la mesa.

—Antes de irnos… quiero darte algo.

Aria lo miró sorprendida, sintiendo un vuelco en el estómago.

—Rowan… no hacía falta.

—Siempre hace falta. —Él empujó la cajita hacia ella con suavidad—. Ábrelo.

Con manos temblorosas, retiró la tapa. Dentro, descansaba una cadena de plata fina, con un dije en forma de llave. La llave tenía un brillo tenue, y al mirarla más de cerca, Aria distinguió que estaba grabada con delicadas letras en un costado.

—¿Una llave? —preguntó, conmovida.

—La llave de todo lo que quiero darte —explicó él, mirándola a los ojos—. Hogar, seguridad, un futuro.

Aria giró el dije entre sus dedos hasta leer la inscripción: Nuestro mañana comienza hoy. La frase se le clavó en el pecho como una promesa que la envolvía y la ataba al mismo tiempo.

—Es… precioso —susurró, abrochándose el collar con torpeza.

Rowan sonrió satisfecho, como si hubiera sellado con ese gesto algo mucho más grande.

Aria bajó la mirada, nerviosa, y abrió su bolso.

—Yo también tengo algo para ti.

Sacó un paquete rectangular, cuidadosamente envuelto en papel marfil y atado con una cinta azul. Rowan lo tomó, curioso, y desató la cinta. Dentro había un cuaderno de t***s duras recubiertas en cuerina negra, elegante y sobrio, acompañado de una lapicera plateada.

Él arqueó una ceja.

—¿Un cuaderno?

—Para que escribas lo que quieras —explicó ella con voz suave—. Pensamientos, planes, ideas… Siempre dices que vives pensando en lo que viene y que no tienes tiempo para ti mismo. Quizás esto te ayude a detenerte un poco.

Rowan tomó la lapicera entre los dedos y notó una inscripción grabada en un costado: Todo comienza con una palabra.

Se quedó en silencio unos segundos, observando el detalle. Luego levantó la vista hacia ella, con una sonrisa genuina.

—Es perfecto porque viene de ti.

Besó su mano y cerró el cuaderno con firmeza, guardándolo como si se tratara de algo valioso.

Aria respiró hondo, con el corazón agitado. En ese instante, sus regalos parecían haber hablado más de ellos que cualquier promesa dicha en voz alta: él proyectaba certezas, ella buscaba abrir caminos invisibles.

Él se levantó entonces y le ofreció la mano con esa seguridad que parecía marcar siempre el rumbo.

—Y ahora sí… Tengo otra sorpresa.

Ella lo miró divertida, aunque un poco nerviosa.

—¿Más?

—La mejor parte de la noche. —Su sonrisa era la de un hombre que ya sabía la reacción que iba a provocar.

Caminaron por la avenida iluminada, entre luces de neón y murmullos de gente que iba y venía. Rowan la sujetó de la cintura, firme, como si la protegiera de todo lo que los rodeaba. Aria, en silencio, lo siguió con un cosquilleo en el estómago.

Se detuvieron frente a un teatro imponente, cubierto de luces doradas y carteles que anunciaban un estreno esperado. Los reflectores pintaban el cielo y la alfombra roja estaba llena de flashes de fotógrafos y de gente elegante entrando al lugar.

Aria se quedó inmóvil, incapaz de respirar. Entre los nombres en letras mayúsculas que brillaban sobre la marquesina, reconoció uno que la atravesó como un rayo: Demian Hale.

—¿En serio? —preguntó, con la voz temblorosa.

—En serio. —Rowan la observaba satisfecho con su reacción—. ¡Feliz aniversario!

El corazón de Aria latía desbocado. Sintió que las piernas le temblaban, aunque intentó disimularlo mientras él la conducía hasta la entrada.

Dentro, el teatro era un mundo aparte: lámparas de cristal, alfombras aterciopeladas, un murmullo expectante que flotaba en el aire como electricidad. Aria apenas podía contener la emoción. Cuando las luces se apagaron, la sala entera se sumió en un silencio reverente.

La obra comenzó desplegando un torrente de música y escenas que la arrastraban con fuerza implacable. Y allí, bajo los reflectores, apareció Demian, irradiando un magnetismo que llenó el escenario.

Aria contuvo el aliento, sintiendo que cada nota, cada palabra, la atravesaban de un modo que no sabía explicar. Recordó, como un eco lejano, aquellas noches en el Blue Heaven cuando el padre de Rowan la dejaba tararear junto al piano. Las lágrimas le rodaron por las mejillas sin que pudiera detenerlas.

Rowan la observaba de reojo. Al principio, con ternura. Luego, de forma más oscura: la incomodidad de ver en ella una intensidad que él nunca había provocado.

El telón final cayó entre aplausos ensordecedores. Aria se levantó de un salto, ovacionando con el corazón desbordado. Rowan se incorporó después, aplaudiendo, pero sin quitarle los ojos de encima.

A la salida, el aire fresco de la noche la envolvió.

Caminaban de la mano cuando Rowan se detuvo bajo la marquesina, mirándola fijamente como si quisiera grabar ese instante en su memoria.

—Nunca te había visto así —dijo en voz baja—. Brillas, Aria.

Ella sonrió con lágrimas aún frescas.

—Es que… esto me hace sentir viva.

Rowan respiró hondo, y entonces, con voz firme, pronunció lo inesperado:

—Pongamos fecha. Casémonos.

Aria se quedó helada. El corazón le dio un vuelco. Miró sus ojos azules, serios, decididos, sin un rastro de duda.

—¿De verdad lo dices? —susurró.

—Más que nunca. Quiero que seas mi esposa. Y que todas las personas te sepan mía y yo, tuyo

Las palabras la llenaron de emoción, pero también de un miedo callado. Había algo en la firmeza de su voz que se sentía menos como una promesa y más como una marca.

Aun así, asintió, con lágrimas de confusión y ternura mezcladas.

—Sí… pongamos fecha.

Rowan la abrazó fuerte, como sellando un pacto irrompible. Y Aria, entre sus brazos, intentó convencerse de que aquel era el camino correcto.

La chispa encendida en el teatro y la imagen de Demian bajo los reflectores seguía ardiendo dentro de ella, recordándole que algo, inevitablemente, estaba cambiando.

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