Al caer la noche, Carlos me abrazaba mientras dormía profundamente.
Yo, en cambio, no pegué un ojo. Con su aroma impregnándome el pecho, no dejaba de repasar en mi mente la conversación que escuché durante el día.
No fue sino hasta que confirmé que Carlos había salido al día siguiente, que finalmente abrí los ojos.
De nuestra habitación al estudio solo hay unos pasos.
En ese pequeño estudio del castillo, Carlos guarda todo lo relacionado conmigo.
Desde nuestro primer aniversario hasta mi cumpleaños más reciente, cada detalle estaba allí, colocado con cuidado extremo.
Cualquiera que lo viera pensaría que era devoción pura.
Solo yo sabía que, en el compartimento oculto de uno de los cajones, había un cuaderno que no me pertenecía.
Carlos me lo mencionó una vez, borracho.
Esa noche, no dejó de repetirme que lo sentía, que estaba arrepentido.
Pero en ese entonces, yo solo tenía ojos para él. No le di importancia.
Y al día siguiente, cuando despertó, también se olvidó de decirme sobre eso.
Deslicé el compartimento oculto y le quité el polvo al cuaderno.
La cerradura era delicada, se notaba cuánto valor le daba a ese diario.
Jamás imaginé que los conocimientos de criptografía que aprendí con un anciano durante mi exilio en la frontera servirían justo en este momento.
El candado cedió.
Al abrir la primera página, lo primero que vi, con la caligrafía firme de Carlos, fue un nombre: Fiona.
Las primeras diez páginas estaban llenas de declaraciones de amor hacia ella.
Cada palabra era una confesión temblorosa, ardiente, vulnerable.
Un Carlos que nunca había conocido.
No parecía el Alfa del Este, aquel que decidía sobre vida y muerte con una sola mirada.
Conmigo siempre fue correcto, elegante.
Yo pensé que era la madurez, que había dejado atrás la intensidad de la juventud.
Pero no…
Es que no me amaba lo suficiente. Tal vez nunca me amó.
La última página está hecha un lío.
“A Fiona la intentaron asesinar. Tenía razón: alguien que está en el centro del poder no debería tener pareja. ¡Tengo que sacarla de aquí! ¡Esto es demasiado peligroso!”
Luego, las anotaciones se volvieron más breves. Más frías.
“La chica es fácil de engañar. Unas cuantas palabras dulces y ya me obedece.”
“Hoy volví a pensar en Fiona. Margarita cree que hablo de ella. No importa. Mientras lo crea, Fiona está a salvo.”
“Ser mi pareja… incluso si la asesinan, no creo que le importe. Al fin y al cabo, era una Omega errante.”
“Voy a ser castigado por la Diosa Luna. Planeé un secuestro. Todo bajo control. Como esperaba, ella desarrolló una respuesta traumática. Ya no podrá alejarse de mí. Le compensaré con toda mi vida.”
Me cubrí los ojos, con miedo de que las lágrimas cayeran sobre las páginas.
Un nudo de acidez se me alojó en el pecho.
Resulta que la persona con la que él quería estar de verdad, nunca fui yo.
Nuestro encuentro, el amor, el vínculo, la felicidad… todo fue una construcción mía.
Una pura mentira.
Cerré el diario y lo devolví con cuidado al lugar donde estaba.
Al salir del estudio, me permití llorar.
Me acurruqué, hecha un ovillo, como aquella Omega que un día vagó sin rumbo por la zona de exilio.
En mi mente apareció la imagen de la primera vez que me secuestraron.
En aquel entonces, Carlos y yo estábamos bien. Salía del hospital, emocionada por contarle que estaba embarazada. Solo subí a un carro… y perdí la conciencia.
Un grupo de lobos errantes me arrastró por el suelo. Por el frío, el dolor, el abuso...perdí al pequeño antes de poder abrazarlo.
Cuando Carlos irrumpió y me tomó en brazos, ya era apenas un cuerpo ensangrentado y una conciencia borrosa.
Desde ese día, me diagnosticaron un trastorno psicológico. No podía pasar demasiado tiempo lejos de él. La terapeuta dijo que necesitaba la presencia constante de mi pareja, que los daños físicos eran irreversibles. Nunca más podría tener un hijo.
Carlos me abrazó y me susurró que no pasaba nada, que no necesitábamos tener uno.
Pero ahora lo entiendo. Nunca quiso tener un hijo conmigo. Fue él quien destruyó esa posibilidad con sus propias manos.
Lo que yo creí redención y amor… fue su estrategia, su teatro.
Mi loba interior, Nina, rugió con rabia:
—¡Nuestro compañero nos traicionó! ¡Nos mintió! ¡Es imperdonable!
Un dolor feroz me atravesó el pecho. No podía respirar. Mi cuerpo empezó a convulsionar, los músculos temblaban sin control. Era una reacción somática imposible de detener.
Y sin embargo, en medio del dolor, me sentí extrañamente lúcida.
Cada momento con Carlos desfiló por mi mente como una cinta desgastada.
En estos cinco años, he sobrevivido a innumerables intentos de asesinato, casi siempre al borde de la muerte, pero Carlos siempre ha hecho todo lo posible por salvarme, incluso arriesgando sus propias heridas.
Él realmente se preocupa por mí.
Era porque si yo moría… toda esa violencia iría contra su verdadero amor: Fiona.
Con manos temblorosas, tomé el celular.
Revisé los movimientos comerciales de Carlos durante todos estos años.
Tenía una empresa en la zona fronteriza, dedicada a joyería y piedras preciosas.
Durante todos estos años, todos los regalos que me dio vienen de esa compañía.