Capítulo 3
Esa empresa ni siquiera recibe clientes. Las ganancias anuales, aparte de los cien millones de dólares que Carlos transfiere de manera fija, provienen exclusivamente de fondos internos asignados por su propio grupo empresarial.

Su empresa abarca un campo muy amplio, y cada uno de sus productos siempre aparece en esa mujer llamada Fiona.

Encontré su cuenta privada.

Vivía a cuerpo de reina en una villa junto al mar.

En su última publicación aparecía entrelazada de la mano con un hombre.

El pie de foto decía: “Mi hombre favorito del mundo”.

Amplié la imagen.

En el anular del hombre había un anillo de rubí idéntico al de Fiona. Y en su muñeca… una marca blanca, el rastro de una pulsera usado por mucho tiempo.

Carlos me dijo una vez que no le gustaban los anillos. Por eso, en nuestra ceremonia de unión, hubo de todo… excepto anillos.

Yo le creí. Incluso tejí con mis propias manos una pulsera para él, que llevó en la muñeca.

Me dijo que era su talismán, que nunca se la quitaría.

Pero bastó volver a ver a Fiona… para quitársela.

Seguí revisando.

El 14 de febrero, Carlos le regaló a Fiona un collar de zafiro. Una sola piedra tallada por los mejores artesanos.

Ese mismo día, Carlos me obsequió un collar… de pequeños diamantes azules.

El 7 de julio, compró la mejor seda para mandar a hacerle a Fiona un vestido exclusivo.

A mí me llegó… una bufanda de seda.

...

Con cada línea que leía, sentía cómo mi corazón se desgarraba.

Para Carlos, yo solo era lo que quedaba después de Fiona. Un reemplazo. Un escudo.

Todo lo que me dio disfrazado de amor… no eran más que las sobras de lo que preparó para ella.

Cinco años de relación… se derrumbaron de golpe.

Lloré toda la noche hasta entender que esa supuesta devoción, ese afecto desbordado, no eran más que su manera de sepultarme en falso amor.

Yo seguía siendo la Omega errante de la frontera.

Después de llorar, tomé una decisión: en una semana me iría de la vida de Carlos.

En ese lapso, Carlos me envió un mensaje.

Antes, pensaba que era amor lo que lo hacía preocuparse por mí a cada rato.

Ahora entiendo que lo que le preocupaba era que su escudo se le escapara.

Y si era así… ¿cómo iba a dejar que todo le saliera como quería?

Carlos volvió de madrugada.

Apenas entró en la habitación, se hundió en mi cuello, restregándose con aparente ternura.

—¿Me extrañaste, Margarita? Sin ti, anoche no pude dormir.

Sus ojeras lo delataban. En otra época, eso me habría conmovido.

Ahora… no podía mover ni un músculo.

Sabía que no me amaba. Y verlo fingir tanta ternura… me revolvía el estómago.

—¿Te pusiste tímida?

Rió por lo bajo, me jaló con fuerza y me hundió entre sus brazos. Lo siguiente fue su manera cruel de llamarlo amor.

A la mañana siguiente, abrí los ojos y lo vi.

Carlos estaba de pie, con el rostro sombrío, mirándome fijamente.

Recordé su lado violento y me encogí, sin poder evitarlo.

—Tu celular sonó. ¿Qué desactivaste?

Bajé la mirada. Era un mensaje del abogado.

Mi baja del registro del clan ya estaba completada.

Forcé una sonrisa.

—Nada importante. Solo un correo que ya tenía tiempo sin usar. Lo eliminé.

—Ya veo.

Carlos se acercó lentamente. Su tono era suave, pero sus dedos se cerraron en la nuca como una advertencia.

—Margarita, no me mientas. Y no me traiciones.

Asentí con la cabeza.

Por suerte, su celular empezó a sonar.

Eso evitó que siguiera presionando.

—¿Qué? ¿Dices que Fiona volvió? ¿Quién le dio permiso? Espérame, voy en camino.

Su voz se volvió grave, y salió sin mirar atrás. Ni siquiera una última mirada.

Antes de irme… aún me quedaba algo por hacer.

Aunque ya hubiera borrado mi identidad, no quería que el nombre Margarita Herrero siguiera vinculado con Carlos en ningún rincón del mundo.

Tenía que romper cualquier lazo. Sin que él lo notara.

Ya con el rostro sereno, escribí un mensaje y lo envié al número de Fiona.

Hola, Fiona. Soy la pareja de Carlos. Quiero que nos veamos.
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