Fiona, en su desesperación por llamar la atención de Carlos, se arrojó por un acantilado. Pero Carlos nunca apareció. Así fue como terminó su vida.
Quince días después, cuando supe la noticia, estaba observando el crecimiento de una nueva planta medicinal.
Fue el profesor Rodrigo quien me lo dijo.
Comentaba lo voluble que es la vida, lo cambiante del corazón humano.
Yo también asentí con algunas palabras.
Fiona, Carlos... esos nombres ya me parecían cosas de una vida pasada.
—Margarita.
Escuché una voz a mis espaldas y, al girar, mi expresión se volvió helada.
Carlos venía corriendo. Justo cuando estaba por cerrar la puerta, él metió la mano.
Sus dedos quedaron atrapados y de inmediato se tornaron morados por la presión.
Apretó los dientes, aguantando el dolor sin ceder ni un paso.
—Solo una palabra, por favor.
Su voz casi sonaba a súplica.
Por un segundo dudé… ¿ese era realmente el mismo Carlos, el orgulloso Alfa?
Mis compañeros de trabajo comenzaron a mirar.
No tuve opción. Abrí la p