Han pasado tres meses desde que enviamos a Christian a prisión. Con toda la información que proporcioné y la que encontraron en su departamento, lo sentenciaron a más de 80 años de cárcel.
Le pedimos a la policía que verificara si había una mujer en el apartamento de Christian, pero no encontraron a Citlali. Pensamos que logró escapar, y desde entonces no hemos sabido nada de ella. Tampoco hemos encontrado evidencia suficiente para arrestarla, aunque solo quería saber si estaba allí.
Mi chofer me deja en la prisión. Bajo del auto, subo los escalones y entro, pidiendo hablar con uno de los reclusos.
Camino por los corredores de la prisión, sintiendo el ambiente pesado y un escalofrío recorriéndome el cuerpo. Un policía me sigue y me guía hasta una habitación con una pared de cristal grueso y una silla frente a ella.
—Tome asiento, señorita —me dice el policía.
Hago lo que me indica y me siento. Escucho la puerta cerrarse, y veo que, del otro lado del cristal, entra Christian,