1o: no juegues con fuego

—Qué… ¿No te dije que no te pusieras eso? —Leonardo elevó la voz y la señaló.

—Pero me lo quise poner. —Ella se encogió de hombros aún con la sonrisa en su cara.

—Ah, quisiste. —Resopló—. Pues fui claro contigo.

—¿Fuiste claro?

—Fui muy claro.

—No es cierto.

—Sí. Lo fui.

—Sólo aclaraste que no lo trajera más, pero no mencionaste la parte de si yo quería o no —replicó la pelirroja moviendo un poco sus caderas.

A Leonardo casi le daba un paro cardíaco viendo de nuevo aquella falda que le parecía cada vez más corta.

—Te dije que no usaras ese uniforme, Alessa —repitió bloqueado por culpa de ella y tuvo que obligarse a quitar los ojos de sus piernas.

—Leonardo —susurró ella, él sintió un escalofrío por toda su espalda—. Yo creo que podríamos solucionar el problema con el uniforme.

Volteó a mirarla. Sus ojos no mintieron, no era estúpido. Alessa no era la niña inocente allí que no tenía consciencia de sus acciones, por supuesto que no. Ella sabía muy bien lo que estaba provocando.

—¿Ah, ah
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