Un amor que nace condenado a morir

Una semana y el tiempo corría, sin descanso. Le comenté a Miguel lo que había sucedido en la fiesta de cumpleaños de Valentina, como antesala a lo que, horas después, Emily me había dicho y a lo que me comprometí con ella. 

—Es una lástima que yo no haya podido ir, señor —dijo cuando concluí con lo que Emily había pensado que sucedió, que había subido al apartamento de mi hijastra a fumar sustancias prohibidas—. Pero estoy seguro de que esa “encerrona” fue consecuencia del beso que no se pudieron dar en el estudio.

Ya también le había contado eso, sobre el día en que, después de la reunión que sostuvimos en el estudio de la mansión para discutir -y contarle a Valentina- sobre las amenazas de Carr

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