Su rostro estaba a centímetros del mío.
Estaba borracho, podía oler el alcohol en su aliento. Lo odiaba borracho, siempre lo había hecho.
—Necesitas volver a la fiesta, José. No puedo hablar ahora. —intenté empujarlo, pero no se movió.
—No estoy aquí para hablar. —la comisura de sus labios se curvó, sus ojos estaban vacíos de emoción.
—¿No? ¿Qué quieres entonces? —levanté la barbilla, decidida a no dejarle ver que su cercanía le estaba enviando señales de alarma a mi loba.
—Pensé que podríamos... ya sabes, ponernos al día, como en los viejos tiempos.
—¡Acabas de decir que no estás aquí para hablar! —me burlé, no tenía tiempo para sus juegos. Empujé su pecho, intentando crear un espacio muy necesario entre nosotros. El aire a mi alrededor se volvía difícil de respirar y necesitaba que se apartara de una maldita vez.
—No estoy aquí para hablar. —sonrió con desdén mientras sus manos se movían, agarrando mis muñecas y tirando de ellas detrás de mí.
En un fluido movimiento, su lengua lamió