Incluso mientras inhalaba el embriagador aroma a cuero y sándalo, luchaba contra el impulso de ceder mientras arqueaba la espalda... haciendo que mis caderas presionaran su entrepierna. Él daría cuenta de que hoy no llevaba pistola.
Un gemido se le escapó mientras estiraba el brazo hacia lo alto, agarró el frasco y volvió la mirada hacia mí.
—No juegas limpio, ¿verdad, pelirroja? —Se rio suavemente junto a mi oreja antes de dejar el frasco en la mesa frente a mi vientre ligeramente expuesto. Su pulgar rozó mi ombligo, provocando de nuevo esas cosquillas.
—No, si puedo evitarlo.
Me di la vuelta, mi espalda ahora presionada contra el borde de la mesa mientras intentaba crear un poco de espacio entre nosotros.
Ahora frente a él, tan cerca... podía apreciar cuán atractivo era. Sus profundos ojos marrones brillaban hoy, su pelo azabache y su barba perfectamente cuidados.
A esta distancia, solo entonces noté que tenía dos pequeños hoyuelos al borde de sus pómulos inferiores, casi ocultos por