Antonella:

Por fin la reunión de padres culmina, y digo por fin porque no paré de hacer el ridículo toda la tarde. Todos se despiden con cordialidad, hasta que llega el turno del matrimonio De Luca, y mi estómago se revuelve. Ella, tan antipática como siempre, me mira con indiferencia, lo que me recuerda que igual me acosté con su marido. Nunca he dicho que soy una santa, y como siempre, todo queda en mi cabeza.

Diego me da la mano cordialmente y se aleja esquivando a su bella esposa. Cinnia solo me mira, ofreciéndose a llevarme a casa, y yo acepto.

En el camino charlamos de todo un poco, menos de mi tartamudez, que fue el show de la jornada. La conversación es tan amena que olvida dónde vivo y estaciona una cuadra antes.

—Vivo allá —indico.

—Lo sé..., pero quiero hacerte una pregunta —dice, mirándome directo a los ojos.

«¿Por qué tiene que ser lejos de mi casa?»

—Qué... ¿Qué sucede?

—¿Hace cuánto tiempo nos conocemos? —pregunta.

«¡Ay! Pobre de mi amiga, la memoria se le está yendo,