Los minutos transcurrían lento y con la vista puesta en la ventana, Mayra dejaba correr sus lágrimas, sintiéndose tan miserable. Faltaba poco para el amanecer y al final llegaban a la Galapa, o eso parecía, cuando los autos se detuvieron.
—¿Es aquí? —pregunta ella ansiosa, intentando bajar.—Creo que no — responde Esteban —. Parecen que están abasteciéndose. Puede ver a unos metros un minimarket —. ¿Acompáñame? —pide él quitándose el cinturón de seguridad.—¿A dónde vamos Esteban?—Necesitas beber un poco de agua y comer algo.—No tengo hambre, esta angustia me hace un nudo en mi garganta.—Pero debes hacerlo.—Ambos, tú tampoco has comido nada.—Por eso lo digo, llevamos casi dos dí